El viajero cósmico

David Enríquez
8 min readApr 17, 2024

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En este bonito relato, David Enríquez nos presenta a un viajero cósmico, su Cordyceps huésped, el cerebro aún trabajante de su presunto abuelo y el Cordyceps del mismo que lo mantiene al servicio de los grandes capitales: todos juntos recorriendo las estrellas.

Cordyceps en grillo, fodo de Alex Hyde para https://www.naturepl.com/

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Viajar por la vereda tropical
recorrer las pistas celestiales
saludar a una estrellita a la mano
tomar el Sol
beber de la leche de la vía láctea
cosechar tecnoguayabas en alguna réplica del planeta Tierra
jugar en un planeta casino
beber tecnosaliva de la boca de una tecnohumana
como hace un tecnohumano
en fin, reír y gozar a la deriva del éter
pues el futuro es ahora, ancianos.

Palabras más, palabras menos, algo así imaginábamos el futuro antes de la instrumentalización de los cordyceps. Hoy, ha pasado ya una semana desde que el viajero cósmico recibió su paquete de inducción a la empresa de viajes cósmicos, y se convirtió en un viajero cósmico. El tecnorepartidor (todo es “tecno” en este futuro y creo que puedo omitirlo, pero dispensen si lo olvido) llegó a una de las réplicas de la Tierra situadas fuera del cinturón de asteróides de Kuiper, como a una distancia de un planeta más de donde orbita Plutón. Descendió por las nubes, piedras y plásticos flotantes de la atmósfera, escaneó el punto de entrega y dejó una caja, de un tipo de cartón anaranjado con el logo de la empresa de viajes cósmicos. El viajero cósmico recibió su paquete y en una pequeña mesa estuvo acariciando el cartón abrillantado donde venía su kit de inducción.

Cuidadosamente, retiró el adhesivo de la caja, pero no pudo evitar rasgar un pequeño pedazo. Con un pulgar, palpaba el cambio de textura del cartón rasgado y el cartón con la tinta, mientras leía el instructivo: De nuevo se veía el logo de la empresa de viajes cósmicos. El documento estaba dividido en tres partes. Lo primero, se leía un agradecimiento por haber aceptado entrar en la nueva era del transporte, con ciertas frases motivacionales alusivas al esfuerzo y al éxito. Lo segundo, las instrucciones de instalación de su cordyceps y de la aplicación de conductores en su dispositivo móvil. Lo último, un manual de conducta y recomendaciones de satisfacción para los usuarios que contrataran el servicio de viajes cósmicos. No encontró por ninguna parte un apartado de pagos o sobre la recolección del automóvil cósmico.

El cordyceps venía en una pequeña ampolleta con un émbolo cortísimo. Según el instructivo, los usuarios debían situar la ampolleta más o menos donde inicia a salir el pelo en medio de la frente, poner la punta de la aguja y empujar. El pequeño hongo entraría y empezaría a madurar y autolimitarse en ciclos de ascenso y descenso de su tamaño gracias a una enzima adicionada. El usuario sólo debería sentarse en los tecnoautomóviles y supervisar las cargas y la operación, que en realidad era dirigida por el cordyceps. Así pues, el viajero cósmico procedió. El dolor fue mínimo al inyectarse el hongo, las sensaciones psíquicas parecían iguales. Las proyecciones de colores en la calle, los atenuadores de viento, las tecnoaves, todo parecía normal. El viajero cósmico rellenó el formulario de su perfil en la aplicación de conductores y se puso a ver un documental de delfines hasta que le dio sueño.

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Tan sólo hace falta poner al frente de una institución patriarcal a una mujer o a cualquier otro miembro de un grupo vulnerado para que suceda una ilusión de disculpa, una simulación de limpieza histórica.

Algo así dijo una amiga. Al día de hoy ponen a un cordyceps al frente de las operaciones cerebrales de miles de millones de miserables como yo, y como es un inocente hongo, no hay maldad, ni abuso. La pluralidad de gobiernos es cada vez más absurda. Prohibieron los cordyceps en un planeta, luego una asociación de planetas los permitió de nuevo, luego son permitidos con ciertas regulaciones… mil años más tarde estaban prohibidos donde los permitieron, y ahora hay 3 gobiernos paralelos tan sólo en mi región con ideas distintas sobre el tema. Mientras la humanidad llega a un consenso, alguien ha de pagar mis facturas. Además siempre me ha gustado viajar, por eso opté por ser un conductor cósmico subcontratado.

Podría sonar contradictorio, pero vivimos en el tiempo de la ambigüedad. El cordyceps que me instalé, para ser viajero cósmico, al menos me permite conocer otros sitios, recorrer los lugares de mi infancia y juventud, y pensar ahora en el bienestar de mi vegetación. Si voy a pasar unos cientos de años en lo que se conserva mi cerebro y vive el cultivo de cordyceps en mí, creo que esta ilusión es bastante sencilla. Mi abuelo, por ejemplo, eligió un cordyceps para resolver algoritmos y entrenar modelos predictivos. Pobre viejo, ni muerto pudo descansar de las matemáticas, su cerebro sigue ahí, mantenido vivo por no sé qué demencia capitalista para trabajar hasta el fin de su consciencia. Quiero imaginar que le agrada. Todo el día lo pasaba ocupado resolviendo problemas de estructuras de datos, de algoritmia, de lógica, de combinaciones. El problema de la gran “o” a la “ene”… Y por las tardes se subía al potro sexual. No se andaba a medias tintas el viejo.

Manejar un auto cósmico no es tan difícil. El cordyceps lo hace todo: mis manos responden antes de que pueda entender a qué. Es como ser Bruce Lee en Operación Dragón. Corre por pasillos llenos de obstáculos, alguien le lanza una patada por la espalda y ya está listo, dirigiendo su puño a la cara de algún actor extra norteamericano. ¡Bam!, directo al rostro. Siento como truenan todos sus huesos. Así el cordyceps empuja mis hombros, mis piernas, sube y baja la punta del automóvil, y yo intento entender, mientras cruzo un túnel tan ancho como el infinito, y la luz sube y desaparece y regresa según la bloquea algo. Era un asteróide, era una botella de shampoo, era la entrada de una de las imitaciones de carreteras con la forma de las Cariátides. Me entero un poco después, ya que el cordyceps movió mi cuerpo como un títere.

Creo que eso es lo que más me molesta de ser un viajero cósmico. El terrible gusto del cordyceps para elegir una ruta. Yo nunca pasaría por las carreteras con forma de Cariátides. Han pasado tres mil años y el museo Británico aún se resiste a regresar la que tiene robada a la Hélade. En mi primera semana como viajero cósmico, tuvimos una entrega que nos obligó a pasar junto a Pizzas Plutón. Lo más común al momento ha sido llevar y traer gente o cosas entre el cinturón de asteroides de los jodidos y el cinturón de asteroides fino. A la altura de Plutón hay unas pizzas menos costosas que las del cinturón de asteroides donde muchos turistas se detienen a cenar. Los precios en el cinturón interior, desde la Tierra hasta Júpiter, son realmente excluyentes para la mayoría de los mortales.

Ese día, la aplicación de viajes cósmicos nos hizo pasar por un paquete a un corporativo flotante, cerca de una copia de la Luna, en una zona industrial. Una vez lo recogimos, pasamos junto a una copia del monumento al Hombre en la Luna, el original está en la Luna original. Está abierto pero es realmente fastidioso hacer tanta fila para que solo te dejen estar un minuto enfrente. Además hay tantas personas, y me trae tantos recuerdos de parejas que usan fondos simulados de la Luna original en sus bodas… Si el Hombre en la Luna original supiera el costo actual de la vivienda en la Luna original, le habría dado gracias al Señor por haberlo abandonado ahí. Yo prefiero la vida en los anillos de asteroides exteriores, donde no hay nada que ver, más que asteroides a los que ya les extrajeron todo el carbono o agujereados con pruebas de bombas nucleares. Habitar en el área exterior te permite darte cuenta de que somos el gorgojo del universo. No es bonito decirlo, pero es más sincero que todas esas réplicas de mal gusto de la Luna original.

En ese viaje que contaba antes de la perífrasis, pasamos por Neptuno 2 y recordé cuando compré un cloropez con mi ex pareja. Pobre cloropez, sólo fue una excusa para salir de la casa. Si lo hubiéramos pedido por internet, en medio día lo habrían entregado y a lo mejor lo recibíamos con una sonrisa, y hubiéramos abierto alegres el paquete y echado al cloropez en su estanque, para olvidarlo el resto de su vida. Y luego, la sonrisa de un minuto de recibir un paquete se iría hasta el paquete siguiente y así de paquete en paquete.

Enseguida de Neptuno 2 se encuentra la sucursal de Pizzas Plutón. Recuerdo mi cena de graduación de la secundaria ahí. Y a mis amistades. Platicábamos en una mesa larga, con las pizzas enmedio. Quién sabe de qué. Ahora que lo traigo a la memoria, sólo puedo ver las manos de mis compañeros agarrando pedazos de pizza. Uno tras otro hasta estar desorbitados por la grasa y la sal de las pizzas. Ellos en sus ropas de fuera de la escuela, y uno que otro maestro sin qué hacer que aceptó la invitación.

Es el efecto de la grasa de Pizzas Plutón. Te hace creer que aún estás en el “área interior” del sistema solar, cuando en realidad debería de llamarse “vacío interior”. Somos unos viles cloropeces esperando a que venga un cordyceps y nos lleve a un estanque. Al menos podemos elegir el estanque en que habitaremos en nuestra etapa vegetativa.

No sé si mi abuelo hizo lo correcto. El día que pasamos por Pizzas Plutón, más allá de ese recuerdo que no es ni siquiera nostálgico, me pareció que el paquete que llevábamos era su cerebro. Presiento que nos habían contratado para entregarlo en la nueva planta de la empresa de algoritmos. Me guío porque lo recogimos en la empresa donde instrumentalizaron a mi abuelo, y sé que usan el servicio de mi empleador para enviar los suministros. Pero principalmente, creo que el cordyceps se sentía atraído por el contenido del paquete. Algo así como si desarrollara afinidad por mi línea sanguínea.

Creo también que lo más sabio es aceptar todo aquello que intuya acerca del cordyceps. En una semana ya había tomado el control de mi cerebro. Empecé a alucinar de nuevo un cuerpo que se levantaba del sillón donde había sufrido el infarto. Podía ver que el documental de delfines continuaba, y mágicamente me levantaba de nuevo, después de no sé cuantos años sin poder caminar por mi cuenta. Hasta giraba mi cuello y movía mis brazos. No sabía qué hacer en realidad, pero me sentí emocionado. Con ganas de correr, de sentir el viento regulado de la calle en el rostro. De sentir el Sol amplificado por los amplificadores solares, y poner mis manos en su luz divina para sentir cómo se calentaban, lejos ya del cuarto donde dormía, comía, me aseaba una máquina, y pasaron mis últimos años de experiencia de primera mano. Una vez soñé que compraba básculas en internet. Uno puede hacer lo que quiera en el reino de los sueños, ¿y yo qué hacía?, recorrer desde mi computadora un catálogo de básculas, que ni necesito ni me interesan. Aparte ni siquiera compraba una, sólo iba de arriba a abajo por el catálogo. Más o menos esa fue mi sensación de libertad cuando empujé el émbolo en mi frente y me fui quedando dormido.

Ahora el cordyceps que crece entre mi tejido nervioso me comparte aquello que percibe, y mi cerebro, todavía vivo gracias al hongo parásito, interpreta esas señales de maneras que supuestamente iban a ser inventadas por mí. Pero creo que no, creo que genuinamente mi cerebro está en el núcleo de un tecnoautomóvil, dirigiéndolo junto con un cordyceps para que hagamos entregas, y creo que ese día transportamos a mi abuelo de un complejo algorítmico a otro.

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